Hoy amanecí con ganas de casarme

     No hay edad, ni motivo o circunstancia ideal para dar semejante paso. Sólo sé que se sienten ésas ganas y si se tiene la suerte de tener al lado a una amada víctima que de pura casualidad siente lo mismo, pues no hay impedimento que valga. La razón es «El amor». Y nadie le discute a eso.

     Que si el dinero, los muebles, la fiesta, la pedida de mano, el cuñado incómodo, la crisis del país, los créditos carísimos para comprar casa, los 15 kilos que hay que bajar para comprar un vestido de novia decente…todo absolutamente es un número más en una lista que se puede ir cumpliendo poco a poco…o en un par de meses si es necesario, pero que no impiden de ninguna manera la fuerza que toman dos voluntades en sintonía.

     Yo ya me casé una vez, así con todas las de la ley. Con vestido blanco porque beige no había, como yo lo quería. Con flores en la iglesia y moños de tul en el coche. Con manicure made in home y el maquillaje by Mamá. Fui una novia despreocupada al grado de preocuparse. Sin afán de escoger colores ni tipos de flores. Yo nomás quería casarme y puse la boda entera en las manos de mi madre.

    Todo salió muy bonito, me recuerdo a mí misma llorando a mares a la salida de la iglesia de puritita emoción contenida durante la misa y luego relajada y feliz a brinde y brinde por la felicidad de los novios, o sea la víctima y yo.

     No cabía de gozo en el cuerpo y tantas ilusiones en el corazón. Supongo que así es cuando te casas a los 20. Y yo me casé a los 20 y medio. Delgada, con la piel bien firme, las piernas lisas por la rasurada mañanera, sin tacones altos ni pestañas postizas.

     También me casé sin pensar. Como seguramente se casa mucha gente, o como diría mi abuelita Mela (que seguro se avienta un cigarro sentada en una nube) «a lo güey». O sea, sin plan de vida, sin intercambiar información sobre cuánto dinero se ocupa para mantener una casa y dos bocas. Sin idea de que la ropa de color no se mezcla con la blanca; sin saber cocer frijoles en el jarro de barro (como lo hacía mi abue Antonia) y sin saber que el sexo puede dejar de ser un acto de placer cuando lo haces cansada de limpiar la casa, después de trabajar en la oficina y pasar 5 horas estudiando en la universidad.

     Así tal cual me pasó, porque un día amanecí con ganas de casarme y lo hice.

     Después ya no tenía ganas de seguir casada, y entonces sí se me ocurrieron más razones para divorciarme que la única que se me ocurrió para casarme. Las camisas blancas se volvieron grises, rositas, con manchitas verdes y así…pero nunca más fueron blancas. Compraba latas de frijoles al por mayor porque el jarro se me quemó y la olla exprés era un maldito invento del demonio que si no cuidabas bien de seguro explotaba, por lo tanto no era seguro. Las tareas y los trabajos se volvieron un suplicio porque había que combinarlos con la escoba y el trapeador. Acostarse con el novio de vez en cuando y a escondidas era tremendamente excitante pero ver al ahora esposo, diario panza arriba y haciendo aquel ruidero se volvió una desesperada invitación…a dormir en el cuarto de al lado.

     Dejamos de hablar y pasamos a ver la tele en silencio. Total que la inmadurez e inexperiencia de ambos, nos llenaba cada rincón del pequeño departamento de recién casados, obligándonos a salir en busca de algo de oxígeno a la calle.

     Lo que obviamente siguió se los cuento en otra ocasión, porque de lo que se trata hoy es de las ganas de casarme.

     Cualquiera podría pensar que después de ésos «lapsus pendejus» una aprende y que la próxima vez, aunque se tenga una víctima más acá, física, intelectual y económicamente hablando, de todos modos te lo vas a pensar 10 veces.

     Y déjenme les digo que sí, sí se arisca la piel cuando escuchas el típico: «¿Y ustedes para cuándo?» y te retuerces incómoda volteando a ver a tu pareja pidiéndole con la mirada que cambie de tema o buscas con qué darle un trancazo a la susodicha preguntona o preguntón, pa que se calle de una buena vez..

     Claro que vives con el «y si no funciona», «y si de nuevo no me gusta», «y si me equivoco» «y si quiere frijoles de la olla»…y así te la llevas, pero luego vas a bodas, entras al facebook y ves unos vestidos que no tienen abuela (como yo), ves que las fotos nupciales, igualitas a las de Brad y Angelina, te salen baratísimas y que lo de repartir letreritos para las selfies grupales durante la fiesta, es totalmente tu onda. 

     Y te duermes con toda ésa información guardada en el inconsciente. Así que me desperté hoy, me fui a lavar los dientes y cuando me hice el cabello a un lado para escupir la pasta, me vi en el espejo, así con el cepillo todavía en la boca y el cabello de lado. No es por nada pero se me veía ¡di-vi-no!. Y que me transporto. Así rapidito ya tenía el vestido beige puesto, el maquillaje perfecto (ni de cara lavada, ni de mapache) y 15 kilos menos.

     En un parpadeo ya no estaba frente al espejo, ni en el baño sino el jardín de la foto que de seguro vi en el face y había rosas blancas, rosadas y en color salmón repartidas por doquier en un lugar donde el pasto y el follaje, en tantos e inigualables tonos de verde, contrastaban con toda la decoración. Había luces en los árboles, para que cuando cayera la noche pareciera que todos estaban rodeados de estrellas. Ahora sí traía el manicure bien hecho y todo lo que ahí veía había sido cuidadosamente planeado por los dos. Me disponía a bailar la canción elegida, ésa que las parejas enamoradas llamamos «nuestra canción», cuando me picó el sabor de la pasta que todavía no escupía y ya me ardía la lengua.

     Toda la mañana anduve con eso en la cabeza, suspirando por un vestido de novia adecuado al estatus de cuarentona divorciada, y por otro lado pensando en quién carajos se casa a éstas alturas, con tanta maña adquirida, con tanta violencia que ya hay de por sí en el mundo, con tanta sabiduría post matrimonio.

     Así anduve gruñendo, con un vestido beige de encaje, strapless y pegadito como de María Victoria, bien puesto. Reprochándome tales deseos de veinteañera enamorada a mis casi 40, como si no hubiera llenado ya con una boda. Soñando con rosas blancas como si ya tuviera la vida resuelta…pero al final, me perdoné el exabrupto, me quité el vestido y las pestañas (ahora sí me había puesto las postizas) y me dije a mi misma:

«No te hagas la que la virgen te habla, te encanta el mitote y las bodas son tu mero mole, te casarías cada año si tuvieras dinero nomás porque el romanticismo corre por tus venas y se siente bien bonito. Acéptalo chula, eres novia eterna, nomás que ahora tienes miedo y por eso dices que no.» 

     Y lo acepté. Sí tengo miedo, pero mientras se me quita, nada ni nadie me impide que cuando amanezca con ganas de casarme me encierre en el baño, me ponga el vestido y en medio de todas ésas luces colgadas en los árboles, cierre los ojos y baile, disfrutando cada minuto…antes de que me toquen y me griten: «¿Ya mero?»…y ¡a seguirle!

8 pensamientos en “Hoy amanecí con ganas de casarme

  1. Te diré que me pareció conocida la historia . Yo me case a los 19. Ya llevaba casi dos años viviendo sólo. Así que por varias cosas no pase. Tampoco sentí malestares. Fueron 8 años hermosos y muy entretenidos no te diré que jamás peleamos por que sería mentira pero jamás nos fuimos a la cama con odio. Creo yo, que algunas cosas se aprenden y otras deberían saberse.
    A mi parecer casarse es una linda experiencia , crecí mucho con mi pareja . Aunque hace casi 3 meses que nos divorciamos, fue en excelentes términos y de amigos … Amigos no somos, tuvimos mucho en común como para poder serlo. Pero de que fue un gran momento para los dos. Lo fue.

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    • Coincido, algunas cosas deberían saberse y otras aprenderse. No hay instructivo para las relaciones, así que no nos queda de otra más que sacudirnos el polvo cuando caemos. Todo es experiencia.
      Gracias por leerme.

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